BALANCEÁNDOME (3)


Si quisiera encontrar una expresión para graficar este año, utilizaría: INTRÉPIDO.
Comenzó chato, fofo, sin demasiado... fue tomando forma, color, calor, sentido, coherencia.
Apenas unas pocas ilusiones y alegrías dispersas, unos cuantos planes, nada más.
Y el año se fue construyendo... sí... él. Se construía día a día, como -quizás- nosotros debiéramos construir nuestras vidas.
Me propuse muchas cosas, pocas concreté. En cambio, fui (o se fueron) concretando otras que nunca (o casi nunca) estuvieron en mis planes.
En todo caso, lo que sí me queda claro, es que llego a este recodo con la sensación de que gracias a mis errores y -claro está- a quienes me dieron la oportunidad de cometerlos, ahora puedo disfrutar de cosas que antes mi ceguera me impedía.
Hace unos días -sin ir más lejos- me crucé con alguien, del modo más insólito, en el lugar más curioso (para mí, no tanto para esa persona), en el horario menos imaginado, de la forma más extraña... ese alguien, que supo ser (según mi boca) un "indeseable", ahora es "alguien". Nada más, nada menos.
Sin proponérmelo estaba ante la prueba de fuego. Supe con una exactitud bastante cercana a la perfección cuánto había caminado y cuánto creí haber recorrido. Estábamos allí. Ambos nos vimos. Ambos decidimos hacer como que no nos vimos. Ambos seguimos nuestros respectivos asuntos.
Pero como esto es un balance únicamente mío, debo decirles que esta experiencia me dejó satisfecho... perplejo, pero satisfecho. Hay cosas que quedaron detrás. Las puedo ver, están ahí. Ahora sé que soy yo quién decide si verlas o -como en la situación con "alguien"- hacer como que no las veo. Ahora sé (como debí saber siempre) que la decisión es mía, sólo mía.
Este fue el año de la alegría por los amigos. Comenzaba con la noticia de que Horacio, mi viejo compañero de taller de teatro obtenía reconocimientos en el viejo continente por su primer papel protagónico en un largometraje. Lo recuerdo y todavía se me dibuja la sonrisa de la primera vez (como si me hubiera pasado a mí).
Mas tarde vino mi ingreso a la Fundación María Tsakos. La intención de estudiar danza se desdibujó por un tema de horarios y dejó paso a la posibilidad de aprender el idioma griego. Un punto más de nexo con mi amiga Killia (como si hiciera falta). Y cuando quisimos acordar, la propia Killia obtiene una beca para estudiar, nada menos que en Grecia!!!.  Otra vez la felicidad de saber que alguien cercano (y vaya que ella sabe estar cerca de aquellos a quién entrega su amistad) llegaba a colmar una ilusión largamente forjada y surgida casi en un santiamén.
Ahora Killia está Europa, el mismo continente que le dió a Horacio el reconocimiento y los aplausos que quizás acá no llegaban. Killia está extrañando un poco y disfrutando mucho. Asombrándose casi constantemente y aprendiendo hasta cuando no se lo propone. Entregándonos a quienes tenemos las bendición de conocerla unas crónicas jugosísimas, llenas de ese costado curioso, analítico, crítico y agudo que sólo ella puede entregar y que -ojalá- un día se anime a hacer totalmente público.
Y cuando parecería que por ahí quedaba, una amiga blogger (a quién no identificaré por no haber solicitado el correspondiente aval para mencionar) me cuenta que una productora internacional se interesó en sus escritos para crear canciones basados en ellos. Todo un logro que -habiéndolos leído en más de una ocasión- no me extraña en absoluto.
Siempre es una buena noticia levantar una copa para brindar. Si el brindis además, es por la felicidad de quienes uno quiere, hablamos de una noticia mejor.
Este año tendré entonces, en ese punto en el que en un mismo acto despedimos un almanaque y saludamos otro, tres emociones hermosas por las cuales agradecer.
Pero no son las únicas.
En otros ámbitos las cosas también estuvieron “sacudidas”.
Digamos -como al pasar- que fui y vine desde el comienzo del año en una sucesión de emociones, y es ahora, sobre el final cuando mágicamente (o mediante un hechizo, quién sabe), aparece una Bruja que hace galopar cierto músculo en el extremo izquierdo de mi pecho. También si proponérnoslo (ni ella, ni yo… bueno, yo sí un poquito). Todo es difícil por el contexto en el que se inicia… pero difícil, sólo eso. Al fin y al cabo, ¿qué es de la vida sin las dificultades? (por no mencionar que estoy llegando a la conclusión de que lo sencillo termina por aburrirme).
Ya casi llegando al cierre de este largo post, me encantaría compartir que mi Seba, ese negrito divino que me saca canas de colores, terminó redondito su año lectivo. Pese a todos los pronósticos (basados en la experiencia de los años anteriores) aprobó su primer año con Sobresaliente (nota máxima) en conducta (¿?) y Sobresaliente-Muy bueno (un puntito menos) en rendimiento. Estoy feliz por él, por su esfuerzo, por demostrarse a sí mismo que puede, que es capaz, que todo depende de él (incluso a costas de las reprimendas que su madre y yo debemos –a veces- imponerle)
Así es mis amigos, que aún con los poderosísimos tres motivos iniciales para alzar mi copa, son muchos más los que empujan mi mano empuñando mi copa.
Por Horacio, por Rosana, por “mi amiga Blogger”, por mi corazón, por mi hijo Seba, por el reencuentro con mis familiares en Treinta y Tres, por mi amigo el negro Daniel (del que no les conté porque fue hace horas el encuentro), por la Bruja que alimenta mi mirada, por los aprendizajes, por el camino recorrido, por el que queda, por quienes enseñan a andar (y a superar lo que parece insuperable), por el crecimiento, por las heridas y sus cicatrices, por el futuro… por mí (perdón, mi ego es incontrolable a veces): SALÚ!!!


MARÍA


 María sentada en la puerta de su casa




Fue hace casi dos meses.
Fue por cuestiones laborales.
Fue lejos de mi casa... lejos de mí... lejos... y sin embargo bien cerca.
Llegué a un lugar, al que no iba hacía más de 20 años (25 si no recuerdo mal).
Allí me encontré con la memoria de mi padre, con la casa en la que creció. Con mi única tía paterna con vida, con olores y sensaciones que creí olvidadas... me encontré con María.  Con "la tía María", como le llamaba de niño (aunque siempre tuve claro que su lazo parental era intricado y lejano). 
María es el símbolo de la ternura, de la austeridad, de la sencillez, del entendimiento.
Representa más edad de la que tiene, producto de una vida llena de dificultades, golpes inesperados, trabajo duro y silencioso.
Sin embargo, no recuerdo haberle visto jamas el ceño fruncido, ni una palabra que apenas rozara a alguien.  Sus ojos claros siempre están ávidos de una conversación, pensando la forma de hacer reír a quién tiene en frente, con una ocurrencia que -de no conocerla- sería impensable.
Siempre fue modesta su vivienda. Siempre fue poco su ingreso. Nunca se queja. Acepta de la vida lo que la vida le da, y aún así no se entrega. Busca la forma de que no le falte nada. Se gana su pan con su trabajo, y si la paga es poca... se esmera en tratar de que esa paga rinda hasta la próxima, y redobla su esfuerzo para mejorarla mientras tanto.

Llegué un viernes por la tarde a Treinta y Tres (al este del Uruguay) y el sábado fui de sorpresa a su casa. No estaba, pero la puerta estaba abierta de par en par. Tuve que preguntar por ella en un cuartel cercano, y así llegué hasta un pequeño comercio a 50 metros de su casa. Allí la encontré.
Quise gastarle una broma, pero ella (siempre un paso delante) provocó que yo siguiera hablando, hasta que en un momento me dijo: "cambiaste mucho, pero tu voz sigue siendo la misma". En ese instante nos encontramos en un abrazo y salimos caminando, como en otro mundo, mirándonos, hablando: "te preparo un mate como cuando eras chico"; "si, dale me encantó"; "¿te quedás a cenar?"; "hoy no María, pero te prometo que mañana almorzamos en tu casa"; "¿cómo está tu madre?"; "¿cómo está tu hijo?"... nos encontró la noche, sentados en la puerta de su humilde casa, charlando, recordando, trayendo el pasado una y otra vez al presente, analizando el presente de cara al porvenir... "te voy a presentar a mi nieta"; "mirá las fotos de mi hijo".
Al otro día, llegué sobre el mediodía. "Ya creí que no venías, m'ijito"; "¿cómo no voy a venir si te lo prometí?". Tomamos una sopa (prácticamente su único alimento desde hace muchísimo tiempo), comimos, charlamos nuevamente.
Por la noche debía seguir camino, así que fui a despedirme. Ya se había acostado, pero me gritó desde adentro que se levantaba.
Se levantó, charlamos un poquito más. Entre las pequeñas arrugas que quedan entre cada ojo y la nariz pude notar un poco de humedad, que ella trató de disimular.
"Ya es tarde María, me tengo que ir y vos tenés que dormir"
Nos abrazamos... qué decir? Esos abrazos que uno no sabe que necesita hasta que los disfruta nuevamente.
Prometí que iría con mi hijo... prometió que vendría a Montevideo.
Prometimos llamarnos... algo hemos cumplido...
No sé si es posible transmitir tantas emociones, que (ahora que las relato) vuelven y vuelven.
No leerá esto, pero yo quería contarlo igual
Ella es "la tía María". 






Uno de los abrazos más disfrutados del viaje

DE GUERRILLERO A PRESIDENTE (Marcelo Estefanell)

Hace 37 años el Uruguay vivía en Estado de Guerra. En aquéllos tiempos los guerrilleros éramos atrapados como moscas cada día y, cuando no, huíamos al exilio o nos tocaba la muerte. La tortura generalizada se imponía en los cuarteles y los compañeros más lúcidos comenzaron a vislumbrar la derrota. Por entonces, el hoy elegido presidente de todos los orientales, era un fogueado guerrillero y, por si fuera poco, mi jefe. Recuerdo con nitidez asombrosa los criterios que me trasmitió a los pocos minutos de conocernos en la clandestinidad y en el medio de la debacle: 1) no entrar más a nuestros locales puesto que ya no había vivienda segura; 2) procurarse cada uno una frazada y un nailon tubular para pernoctar en los pequeños montes que existían en los alrededores de Montevideo; 3) enterrar esos elementos y no confiar a nadie dónde lo habíamos dejado; 4) por último, nunca dormir dos noches seguidas en el mismo sitio.

Con esos criterios vigentes nos convertimos en trashumantes; en los bolsillos de mis abrigos se fueron acumulando elementos de higiene, desde un antisudoral hasta una máquina de afeitar descartable, desde una barrita de jabón hasta un cepillo de dientes. Por otra parte, teníamos que agudizar el ingenio para poder conseguir ducharnos sin correr mayores riesgos.

Desde mis 21 años de edad —y pese a que él no tenía más que 35 años— para mi el Pepe Mujica era "el Viejo": una especie de don Quijote enancado a una bicicleta; vestía pantalones burdos y se abrigaba con un gabán grueso; se cubría la cabeza con una boina vasca y llevaba un bolso de lona terciado a la espalda.

Más de una noche helada de julio compartimos en el monte un salchichón cortado en rebanadas y unas galletas con grasa mientras intentábamos administrar el desastre y tratábamos de comprender la dura situación política y militar en la que estábamos inmersos.

Antes de dormir, combatíamos el frío con un buen trago de grapa.

Uno descansaba mientras que el otro velaba el sueño y las armas.

Así intercambiábamos los papeles de escudero y de caballero entre las nueve de la noche y las dos de la mañana, y desde las dos hasta que en el horizonte comenzaba a despuntar el alba. Luego, cada uno se internaba en la ciudad para realizar sus tareas esquivando patrullas y redadas.

Sí parece mentira, han pasado 37 años y aquél caballero andante montado en bicicleta hoy es el presidente de todos los uruguayos, es mi presidente y, desde que aquellas noches clandestinas, es mi hermano.

Los tiempos de tortura, cárcel y muerte han quedado atrás hace mucho tiempo, arrumbados junto con nuestros viejos errores mayúsculos y con nuestros desastres pretéritos. Solo pervivió el afán de luchar por una sociedad más justa aceptando las reglas de juego de la democracia luego del fracaso de la dictadura y la recuperación de la libertad tan ansiada.

Ha sido un camino largo, sin duda, y lleno de enseñanzas. Cuando "el Viejo" Mujica entró al parlamento como diputado, en 1995, comenzaba otra etapa de su vida que nadie imaginó como el principio de un proceso que iba a culminar en la máxima magistratura. Ese día, este Quijote moderno, empezó a hacerse conocido por su sencillez en el hablar, por su sempiterna campera y por su nuevo Rocinante: en lugar de la bicicleta una antigua Vespa.

Pasó esa legislatura y en el siguiente período fue electo senador de la República, uno entre tantos, pero cada año que pasaba conquistaba más respeto y más apoyo popular. En el 2004 logró nuevamente la banca al senado, pero esta vez como el más votado de todo el espectro político; de tal suerte que estuvo en sus manos tomarle el juramento a todos sus pares, ya sean de derecha, de izquierda o de centro.

Y esta noche, 29 de noviembre de 2009, con los datos del balotaje a la vista, constato la última quijotada: el "Viejo Pepe" es nuestro Presidente.

Como le sucedió a Sancho Panza, sé que muchos no dan dos cobres por su capacidad de gobernar y por su aspecto informal como si se llevara mal con la ropa planchada; sin embargo, si de algo estoy seguro, es que gobernará con la misma sapiencia y con el mismo sentido común que lo hizo en la ínsula de Barataria el escudero del Caballero de la Triste Figura.

De nada vale que los retrógrados de hoy y de siempre, cuestionen al sistema porque hoy un antiguo guerrillero llega a presidir nuestro destino siguiendo las reglas de juego constitucionales, como si fuera una debilidad del régimen vigente. No se de dan cuenta, precisamente, de que allí radica la fortaleza de la democracia.

El Pepe Mujica puede espolear a Rocinante de nuevo y salir por los caminos a proteger a los huérfanos, a los indigentes y a las viudas indefensas; puede seguir alimentando sueños generosos para convertir este pequeño país en un ejemplo de libertad, de producción, de conocimiento y de tolerancia. Tiene la sabiduría de un viejo zorro, el olfato de un sabueso, la piel curtida luego de tantos fracasos. Y, lo que es más importante, tiene a una fuerza política atrás y a un pueblo que lo apoya.

Sí, parece mentira, han pasado 37 años y el Pepe es presidente de todos los orientales.

La vida tiene vueltas muy extrañas y, en este caso, ciertas singularidades que invitan a reflexionar detenidamente. Quizás llegó la hora de la reconciliación verdadera. Quizás llegó el momento de pedir disculpas por las vícitimas inocentes que causamos con nuestro accionar de antaño.

Sin duda mañana comienza otra etapa y las tareas que le aguardan al “Viejo” Pepe —y a su equipo— son extremadamente complejas. Ya se ha hecho camino pero queda por demostrar que salir del subdesarrollo es posible. Las ideas están claras, su implementación es todo un desafío.

Sí parece mentira, hace muchos años compartimos montes, clandestinidad, tortura y cárcel. Y hoy, gracias al destino que nos tocó en suerte, podemos vivirlo y, sobre todo, podemos contarlo. Esto no es poca cosa. Usando palabras de nuestro nuevo presidente: “¿Querés más? Más es lujo”.


Artículo tomado del Portal 180
Marcelo Estafenell nació en Paysandú, en 1950. Mientras cursaba tercer año de Facultad de Veterinaria en Montevideo (1972) fue detenido por su militancia en el Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros. Su mayor refugio durante esos años de encierro fue la lectura (llegó a leer unos 1600 títulos), y su gran pasión fue desde entonces: El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Fue liberado en 1985, época en que retomó sus estudios universitarios y comenzó a trabajar como diseñador gráfico. Se especializó en redes informáticas y comunicaciones. Desde enero de 1991 es Editor Gráfico, Administrador de Redes y Jefe de Sistemas del semanario Búsqueda. Es autor de Don Quijote a la cancha (2003) y El retorno de Don Quijote, Caballero de los Galgos, obra premiada con el Bartolomé Hidalgo en 2005. Por último publicó “El hombre numerado” en 2007, donde relata sus memorias carcelarias. Obra de la que se realizaron 7 ediciones.