"HOY QUIERO QUE ME MIRES"

Hace ya unos años, el refresco de mayor consumo a nivel mundial, lanzaba una publicidad en la que -por accidente- un teenager cantando y bailando sólo en su casa (como hemos hecho todos o casi todos alguna vez), hacía pública a través de una conexión involuntaria a internet, su cancioncita tonta, pegadiza y -aparentemente- inocua.
Quién podría suponer, que aquel anuncio del 2009 sería la premonición de lo que -ocho años más tarde- sería la conducta compulsiva de la población mundial.
Repasemos un poco. Facebook fue creada en el año 2004 y -en aquel año 2009- recién comenzaba a tomar dimensiones globales (por entonces, apenas superaba los 300 millones de usuarios, muy por debajo de los más de 1500 millones con los que contaba en 2015). Por su parte, Whatsapp recién había sido creada y la aplicación Instagram recién nacería un año más tarde. Twitter también era algo incipiente y -de hecho- era utilizado casi exclusivamente por periodistas y comunicadores.
Podríamos resumir que -por entonces- la población seguía aún teniendo, como medio de comunicación más habitual, el mensaje de texto y -cayendo en desuso- la llamada telefónica.
Todo cambió en muy pocos años. La hiperconectividad ha modificado la forma en que nos comunicamos y ha introducido la noción de que lo que decimos, pensamos y sentimos, por insignificante que sea -analizado en forma objetiva- es digno de compartir al mundo.
Llegamos al día de hoy, en el que no hay evento o suceso del cual nos enteremos, que no sea pasible de ser comentado en las redes sociales, a veces por escrito, generalmente mediante un video.
En general -además- el comentario suele estar aderezado de una carga afectiva importante, ya sea por los pre conceptos que pueda tener el opinante, sus prejuicios, su escala de valores, el contexto geopolítico o social en que se enmarca el suceso comentado, y hasta la intencionalidad que se le quiera imponer a lo que -a priori- es simplemente una opinión más.
Así entonces, en tiempos de corrección política elevada a la enésima potencia, puede resultar excesivo o inentendible que aquello, que hace apenas unos años, era un chascarrillo habitual haya devenido en una expresión insultante y digna de ser condenada. Desde entonces, hacer humor se ha vuelto algo tremendamente difícil, en virtud de las susceptibilidades a flor de piel en la que venimos viviendo e intercambiando.
Por otra parte, y contraviniendo lo recién expresado, empieza a esbozarse una tendencia a la incorrección política, muy adrede, muy chabacana, muy al pedo.  Parece que decir cualquier sandez sin montivo y sin otra intención más que transgredir una moda harto cuestionable, es poco menos que ser un fenómeno.
Y lo más desquiciante de ambas conductas (la de la corrección política y la de la incorrección política) es que las dos están buscando -aunque les cueste asumirlo- lo mismo: mostrarse impolutos, absolutamente infalibles, perfectos.
De un lado y del otro nos bombardean con señales todo el tiempo, exaltando y amplificando sus dotes y obviando olímpicamente sus miserias.
Un día ponen un filtro con los colores de la bandera de un país que ha resultado víctima de un ataque terrorista, y con ello dejan a la vista de propios y ajenos su sensibilidad inmensa.
Pocos días después, se enteran de un hecho aberrante provocado por un individuo mayor de 30 años contra un menor y la sensibilidad se convierte en ira: piden pena de muerte y expresan que ellos, si pudieran, tomarían venganza (no justicia, que es para los débiles) con sus propias manos.
Todo se conjuga y se licua en el mar de estímulos que día a día nos bombardean desde todos los lugares posibles... desde todos los lugares comunes.
Al fin y al cabo, qué es lo realmente importante, en un tiempo en que todo es exponerse, mostrarse, exhibirse?. El país bombardeado? La población víctima? La persona abusada o asesinada cruelmente? El castigo que han de recibir los malos? Las políticas que se planifican para mejorar diferentes áreas de la sociedad?
Todo parece indicar que no. Que lo que importa es mostrarnos dignos, sagaces, inteligentes, firmes en nuestras convicciones, sensibles, ocurrentes, etc.
Mostrarnos... todo el tiempo, mostrarnos.
Porque mucho más importante que mejorar el mundo (viejo paradigma de la utopía), lo que ahora se busca, es lo mismo que -involuntariamente- pedía el muchachito del comercial de Coca Cola: "HOY QUIERO QUE ME MIRES"


NO VALE NADA

Cuando todo vale
no vale nada
ni el calor de una tierna mirada
ni la inocencia en ella reflejada
tras unas gafas celestes, inocentes
tras una niña que sonríe, que siente
tras la familia que busca, latente
y la sociedad que se enferma, 
y que se miente

Si todo vale
no vale nada
ni esperar la noticia esperada
ni la ilusión, rota, desangrada
ni la luz, ahora apagada
ni la bronca, ni el dolor
no vale nada

#Brissa