DONDE SIEMPRE SOPLA EL VIENTO

Fue en esta costa en la que siempre sopla el viento.

El encuentro fue en esta costa, era otoño y simplemente nuestros caminos se cruzaron.

Una noche de viento sucedió. Intempestivamente, la vida nos atropelló con nuestras mutuas presencias. Horas de conversación, de comunicación, casi de reencuentro; como viejos amigos. El descubrimiento fue mutuo.

Fue diferente a todo lo conocido, ante todo fuimos cómplices. Cómplices en las palabras, en los actos, en los encuentros y en los desencuentros; cómplices en la libertad, en la libertad de estar o no estar, mínima y gigante, que permite callarse cuando uno no quiere hablar y permite las palabras cuando uno las necesita.

Nunca hubo preguntas, no eran necesarias, pues las respuestas siempre estuvieron sobre la mesa, desde la primera brisa.

Es verdad que a veces casi nos contagiamos del mundo circundante y también existieron ciclones y huracanes entre nosotros. Pero invariablemente volvía el viento vital, refrescante y suave de esta costa.

Cuando solamente había un soplo caliente, tuvimos miedo de las quemaduras... tardan en sanar.

Cuando el viento era muy frío, se congelaba la risa.

El viento nos regaló sabores, sonidos, confesiones, recuerdos, nostalgias, risas, lágrimas, problemas y soluciones, pero sobre todo nos regaló un espacio propio donde guarecernos, donde poder acudir cuando se necesitase, sin horarios, sin compromisos, sin esperas y sin obligaciones, un espacio para compartir, lo que quisiéramos compartir.

Es primavera y simplemente nuestros caminos se descruzan...

...yo sigo aquí, en esta costa en la que -como siempre- sigue soplando el viento.

Killia

DE VUELTA

Cómo vuela el tiempo por Dios!!!
Me fui un tiempito de vacaciones (cada vez son más cortas). Disfruté mucho aunque descansé poco (afortunadamente), porque cierto personaje que verán a continuación se encargó de tenerme atento.
En todo caso, quiero agradecerles desde lo más profundo a todos quienes pasaron por acá durante ese lapso y dejaron palabras de cariño por el fin de año.
Aquí vamos con el breve repaso de mi periplo.
Los primeros días fueron sencillos. Me quedaba en casa y cuando el tiempo invitaba me iba a la playa con mi Seba (en la foto mostrando sus atributos)

Claro que disfrutábamos ambos muchísimo, verlo jugar en el agua de este estuario (río que parece mar, río que parece más) es todo un placer (aún cuando el momento de decir "tenemos que irnos", implicaba caras como la que a continuación apenas se disimula tras unas gafas de sol)

Luego llegaron unos breves (pero jugosísimos días de paseos por la playa con mi hermana del alma (Rosana) y conversaciones sin desperdicio con ella y con Schubert (todo un personaje del balneario San Luis). Como sé que ni ella ni él me perdonarían jamás que publicara una foto suya (además no quiero hacerlo sin su consentimiento que no he pedido), les presento otro personaje de esos días (quizás debería decir "otra" porque es nena).

De vuelta en Montevideo, decidí irme a acampar con Sebita unos días. El lugar elegido (por varios factores, entre los cuales el económico pesó bastante), fue Playa Zabala, en el oeste montevideano, detrás del majestuoso Cerro. Un lugar ciertamente tranquilo (salvo los domingos, cuando se atesta de gente, que cambia toda la tranquilidad por un sentimiento de enorme desasosiego (sobre todo cuando perdía de vista, en un segundo a mi Seba). De todos modos él se encargaba de tranquilizarme con sonrisas como la que verán.


Finalmente les dejo las tres imágenes que resumen mejor lo que fueron estos días. Por su órden: San Luis (un día nublado), ocaso en Playa Zabala y la otra... sólo véanla y díganme si no valieron la pena estos días.
Un abrazo a tod@s