Fue en esta costa en la que siempre sopla el viento.
El encuentro fue en esta costa, era otoño y simplemente nuestros caminos se cruzaron.
Una noche de viento sucedió. Intempestivamente, la vida nos atropelló con nuestras mutuas presencias. Horas de conversación, de comunicación, casi de reencuentro; como viejos amigos. El descubrimiento fue mutuo.
Fue diferente a todo lo conocido, ante todo fuimos cómplices. Cómplices en las palabras, en los actos, en los encuentros y en los desencuentros; cómplices en la libertad, en la libertad de estar o no estar, mínima y gigante, que permite callarse cuando uno no quiere hablar y permite las palabras cuando uno las necesita.
Nunca hubo preguntas, no eran necesarias, pues las respuestas siempre estuvieron sobre la mesa, desde la primera brisa.
Es verdad que a veces casi nos contagiamos del mundo circundante y también existieron ciclones y huracanes entre nosotros. Pero invariablemente volvía el viento vital, refrescante y suave de esta costa.
Cuando solamente había un soplo caliente, tuvimos miedo de las quemaduras... tardan en sanar.
Cuando el viento era muy frío, se congelaba la risa.
El viento nos regaló sabores, sonidos, confesiones, recuerdos, nostalgias, risas, lágrimas, problemas y soluciones, pero sobre todo nos regaló un espacio propio donde guarecernos, donde poder acudir cuando se necesitase, sin horarios, sin compromisos, sin esperas y sin obligaciones, un espacio para compartir, lo que quisiéramos compartir.
Es primavera y simplemente nuestros caminos se descruzan...
...yo sigo aquí, en esta costa en la que -como siempre- sigue soplando el viento.
Killia